Esta Navidad he hecho un dibujo para colocar en la puerta de mi casa felicitando las fiestas. A mi abuela Azucena le gustó mucho la idea, así que me pidió un dibujo para colocarlo también en su puerta. Sin embargo, al día siguiente de hacerlo, alguien decidió que no le gustaba cómo quedaba y se lo llevó. O quizás le gustaba tanto que quiso ponerlo en su propia puerta, quien sabe.
Mi abuela se llevó un disgusto morrocotudo, pero mi mamá le dio la solución: yo podía hacer tantos dibujos como arrancasen de su puerta, o más. Así que mi yaya plantó un cartel en su puerta diciendo eso mismo. Yo, por mi parte, tras explicarme mi mamá lo que había pasado, le hice un dibujo igual al primero.
Mi abuela recibió visitas de los vecinos, sorprendidos de que hubiera alguien con tanta mala leche, e incluso hubo un vecino que le dejó a mi abuela otro cartel que le hizo mucha ilusión.
Por supuesto, le hice el dibujo y en su puerta se quedó todas las fiestas. ¡El malvado vecino no se atrevió a tocar ningún dibujo más!