viernes, 30 de enero de 2009

dos cosas nuevas

Hoy mis papás se han sorprendido por dos cosas que he hecho. Bueno, en realidad por una que he hecho y por una que no he hecho.

Todos los días pego patadas durante el baño, pero hoy no las he pegado, y eso a mi papá le ha llamado la atención. Mi papá, que tiene espíritu científico, está constantemente buscando, descartando y descubriendo pautas en mi conducta que yo, generalmente, le hago desechar al día siguiente. Ya sé que no es algo muy importante, pero seguro que mañana se fija en si pego patadas otra vez o no.

La cosa que he hecho ha sido comerme el molinillo del arco de actividades. Mis papás me tumban a veces en el suelo, sobre una mantita, y encima de mi cabeza colocan una especie de puente del que cuelgan juguetes. Normalmente, me dedico a pegarles mamporros, pero hoy he sido capaz de mover el puente hasta colocar la pata cerca de mi boca para poder mordisquear un molinillo que hay ahí. Porque lo que más me gusta últimamente es mordisquear cosas y hacer grrrrrrr.

me presento

Hola. Me llamo Mateo y soy un bebé. O, al menos, eso me han dicho. El día 27 cumplí cuatro meses y debo de ser muy grande porque todo el mundo se sorprende cuando mi mamá les dice el tiempo que tengo. Mis percentiles son 90-75-50. Los adultos tienen medidas y los bebés tenemos percentiles. 90 de cabeza, 75 de peso y 50 de altura. Antes estaba muy proporcionado y tenía 75 en todo, pero ahora soy más gordo que alto y, sobre todo, cabezudo.
A mi abuelo Enrique le hace mucha gracia eso de que sea cabezudo. Dice que no sabe qué pasará por mi cabeza pero que, sea lo que sea, tardará rato. Y también dice que como todo lo que haya dentro sea talento, voy a retirar a mis papás cuando sea mayor. Y que en clase me tendrán que poner detrás para no tapar la pizarra a los compañeros. Y que, cuando empiece a caminar, igual me desequilibro como los tentetiesos... y más cosas que ahora no recuerdo. Y cada vez que dice alguna de ellas, mi yaya Azucena se enfada. Y mi yaya Nieves porque no le oye, que si no también se enfadaría.

Todavía no sé sentarme, ni mucho menos gatear, y me llevan a todas partes en capazo. Cuando era más pequeño me llevaba mi papá colgado en una mochila, pero ahora parece ser que peso demasiado. No sé si 7 kilos son demasiado, igual sí. En la mochila iba de cine. Me dormía enseguida. Aunque en el capazo también me duermo. Yo realmente me duermo en cualquier sitio que se mueva. Y, claro, la cuna no se mueve. Y, entonces, en la cuna no me duermo. Eso creo que es lo que peor llevan mis papás: que no me sé dormir solo. Por eso me duermen en brazos. Y me cantan una nana que se inventó mi mamá. Bueno, tampoco se la inventó entera, sólo un trozo. Casi siempre me duerme papá, porque con mamá no me duermo. Ella se cree que no sabe dormirme, y eso le pone un poco triste, pero en realidad sí que sabe. Lo que pasa es que yo no me quiero dormir cuando me coge ella porque prefiero que lo haga papá, así se reparten las tareas. Reconozco que por la noche me duermo un poco tarde, pero yo no tengo la culpa. No sé dormirme antes de las once y media. Mis papás dicen que parece que la cuna tenga pinchos. Yo no sé lo que son los pinchos ni si hay en la cuna, sólo sé que antes de esa hora no tengo ganas de dormir. Y también es verdad que nunca me duermo a la primera. Igual me despierto dos o tres veces seguidas antes de quedarme dormido profundamente, y dos o tres veces que tiene mi padre que cogerme en brazos y volverme a dormir. Eso también les fastidia a mis papás, sobre todo a mi papá, que protesta porque nunca puede cenar de una vez y a esas horas está ya muerto de hambre.

Yo, comer, sí que como. Mucho. Especialmente por la noche. Creo que eso tampoco les gusta a mis papás, especialmente a mi mamá, que se tiene que levantar cuatro o cinco veces cada noche para darme de comer. Me coge en brazos, me coloca en la cama junto a ella y me da el pecho. Yo como y, al rato, me duermo. Mi papá se levanta menos, aunque el biberón de las siete y media me lo da siempre él para que mamá pueda descansar un poco. Pero poco, porque a las nueve menos cuarto como tarde me despierto del todo. Y, claro, mamá tiene que despertarse conmigo.

En fin, que yo sé que les dejo dormir poco y que me dedican casi todo el tiempo del día, pero también sé que disfrutan cuando jugamos y me río, cuando balbuceo, o cuando alargo mis manitas y les toco torpemente la cara. Ahí ya los tengo ganados. Y ellos a mí.