Ya sé que es una vergüenza subir un post sobre los Reyes Magos casi a mitad de marzo, pero ya he dicho en otras ocasiones que soy un niño (ya no bebé) de lo más ocupado. Así que más vale tarde que nunca. Por no liarme mucho, os diré que pasé bastante de los tres monarcas.
La cabalgata volvió a no gustarme nada. Este año ni los camiones de la basura evitaron que me cogiera un berrinche, y, claro, los tres abuelos allí en reunión (sobre todo las dos abuelas) se hacían cruces. Tener un nieto que se cogiera un choto viendo pasar la cabalgata de los Reyes Magos era algo que no entraba en sus planes, creo.
Por la noche, mis padres casi tuvieron que sacarme de las orejas al balcón para que colocase los zapatos y la comida para los Reyes (polvorones y mantecados) y para sus camellos (ganchitos y agua). Y a la mañana siguiente, cuando me levantaron contentos diciéndome que había que salir al balcón a ver si habían venido los Reyes, les contesté rotundamente que no, que yo lo que quería era un biberón y marcharme al cole. Con un par.
Al final he de reconocer que los regalos me gustaron mucho, y he debido de ser un niño súper bueno porque me han dejado regalos en todas partes. Eso sí, antes de ver los que habían dejado en casa de mi yaya Nieves me di una vuelta por allí para asegurarme de que no andaba ningún Rey suelto. He debido de salir republicano como mi abuelo Juan Román.
Aquí os dejo algunas fotos de la noche de Reyes, la mañana de Reyes y de dos de mis regalicos (la cocina y la guitarra en casa de los yayos Azucena y Enrique).
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