Durante meses, vivió con nosotros un fantasma que cada mañana me dejaba mensajes escritos en el tazón del desayuno. Los escribía siempre en el microondas, mientras se calentaba la leche, y se referían a las cosas que me esperaban en el día o que habían sucedido. Se enteraba de todo, el muy cotilla.
Si algún día me iba a dormir a casa de mis abuelos, el tazón se venía conmigo, no fuera a ser que el fantasma quisiera decirme algo y no pudiera, porque mis abuelos no tienen un tazón como este.
Algunas veces, incluso, le dejaba escrita una pregunta en el tazón y, a la mañana siguiente, aparecía escrita la respuesta.
Con el tiempo, el fantasma dejó de escribirme y yo dejé de esperar sus mensajes. Quizás yo me hice mayor y el fantasma decidió buscar a otro niño con quien jugar.