¡Por fin hemos ganado a Pepo! Pepo es ese calcetín naranja que Mario mira con cara de espanto. En el pueblo en el que veraneamos, Alcocebre, se coloca un pequeño teatro de marionetas que, al principio, pedía la voluntad después de cada función. Sin embargo, un año decidieron mejorar su plan de ingresos con la genial idea de sortear a Pepo antes de cada representación, a un precio de dos euros la papeleta. Teniendo en cuenta que el precio de coste de cada Pepo no debe superar los dos euros, que las funciones duran diez minutos, que hacen como mínimo unas diez o quince al día y que los niños que las disfrutan (y que quieren su papeleta) se cuentan por decenas, no es mal negocio.
Así que Pepo se ha convertido en el objeto de deseo de los veraneantes. Por un lado, los niños desean llevarse el muñeco y, por otro, los padres desean que les toque cuanto antes para no dejarse la paga extra en papeletas. Este era nuestro tercer año en el intento (sin haber invertido hasta entonces demasiado en él, todo sea dicho) y conseguimos llevarnos a Pepo a la segunda, casi de casualidad y porque pasábamos por allí. Damos fe de que el grito de alegría que dio mi madre cuando salió el 63 se escuchó en todo el municipio y en gran parte de la provincia de Castellón.
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