¿A que mola? Dejé a mi madre sin pinzas pero pasamos un buen rato. Empecé yo, poniéndome pinzas en la camiseta, y terminé colocando pinzas a toda la familia. Mario fue quien más se resistió pero, al final, se resignó y me acompañó en el juego. Fue divertido ver como, tras un rato con las pinzas puestas, mis padres se olvidaron de que las llevaban y continuaron con sus labores domésticas como si nada disfrazados de puercoespín.
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