En agosto he conocido la playa. El año pasado también estuve pero dentro de la tripa de mamá, así que no cuenta. Mi primer contacto con el agua y con arena fue un poco extraño, la cosa no terminaba de convencerme. Pero a la arena, poco a poco, fui cogiéndole el gusto: podía tocarla, cogerla, soltarla, rebozarme como una croqueta... ¡y sin que mis papás me dijesen nada! Con el mar, sin embargo, no terminé de llevarme del todo bien; las olas me sobrepasaban constantemente la cabeza, entre sacudidas y tragos de agua salada, y me gustaba mucho más estar fuera del agua que dentro. Mis papás probaron también metiéndome en una barca que me había regalado mi tía-abuela Maricarmen pero, a la mínima, la barca se volcaba y yo volvía a tragar agua otra vez. Yo al segundo intento ya vi que eso no iba a tener ninguna gracia, pero mis papás aún tardaron dos o tres días en darse cuenta... El año que viene, como ya seré mayor y más alto, seguro que me lo paso mejor.
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Qué guapo!
ResponderEliminarMateo, esa perillita te sienta fetén. Y ya verás que bien se te da lo de la barca el verano que viene.
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