jueves, 21 de mayo de 2009

cambio de cuarto

Ayer mis papás dieron un golpe de estado. Me mandaron por la tarde con mis abuelos y, cuando volví a casa, me encontré con que habían sacado mi cuna del que había sido mi dormitorio durante casi ocho meses (y el suyo), y la habían colocado en el cuarto del mono. "Pobre mono", comentó uno de los amigos de mi papá cuando se enteró de la noticia. Y pobres vecinos, porque esta habitación da al patio de luces y se me oye berrear con eco.

Tuvieron que reestructurar toda la habitación, porque es muy pequeña, pero al final la apañaron para que les cupiera todo y ahí pasé mi primera noche. Me he despertado un par de veces, pero parece ser que hemos superado la prueba. Ya veremos cuando empiece a apretar el calor, con la solana que entra en ese cuarto, si no tengo que volverme a dormir con los papás. De momento, ellos han recuperado la libertad de encender la luz de la mesilla cuando se van a acostar, se evitan la aventura de tener que buscar el pijama a tientas y pueden disfrutar del placer de leer en la cama antes de dormir, que no es poco.

miércoles, 20 de mayo de 2009

regla nº 2

Galia, una amiga de mis papás, me regaló el otro día esta camiseta. Fue enterarme de la existencia de esta regla y, oye, a dormir como un bendito. Bueno, como un bendito, tampoco, pero sí bastante mejor que durante las últimas semanas. Luego se quejarán mis papás de mí... Si les he salido obediente, obediente... pero, claro, si a mí nadie me explica que eso del dormir está reglado, yo hago lo que me da la gana, como todo hijo de vecino. De todas formas, que no se confíen, que he oído por ahí que las reglas están para saltárselas... (pero que mi madre no me oiga decir esto, que le da un mal)

lunes, 18 de mayo de 2009

¡de un tirón!

Ayer dormí toda la noche de un tirón. Me acostaron a las diez y media y no he dicho ni mu hasta las ocho de la mañana. Mi padre no cabía en sí de gozo. Mi madre tampoco, pero la verdad es que ni se ha enterado. Ahora resulta que la pobre es insomne y, aunque yo duerma plácidamente, ella no pega ojo hasta las tres o las cuatro de la madrugada. Dice que ha debido de acostumbrarse a dormirse conmigo en la teta y que hasta que no me despierto la primera vez, no le entra el sueño. Eso sí, una vez que se duerme, puede terminarse el mundo que ella ni se inmuta. Por eso estos últimos siete meses mis papás han conseguido sobrellevar, más o menos, las noches: hasta las cuatro se hacía cargo de mis despertares mamá y, a partir de las cuatro, papá.
Pero esta noche ya os digo que ha sido distinta. He dormido casi diez horas de un tirón, como un machote. Eso sí, para que mis padres no se crean que esto se va a convertir en una costumbre, hoy ya me he despertado dos veces, y tengo pinta de volver a las andadas. Pero, oye, que les quiten lo bailao.

jueves, 7 de mayo de 2009

Estos son Trotsky y Ados, dos amiguetes con los que compartí el pasado fin de semana. A Trotsky le pegué dos o tres buenos tirones de pelo y, como no faltaba más, un buen chupetón en el costado, y él me correspondió con varios lametones en toda la cara.

la oreja de mamá

Ayer descubrí la oreja de mamá. Como ya ha empezado a hacer calor, mamá se recogió el pelo y ¡oh, sorpresa!, la vi. Vi sólo una, pero creo que tiene dos. La descubrí cuando me sentó en su regazo para que me tomase el biberón. Ahí estaba esa cosa rara (porque una oreja es una cosa rara, toda llena de pliegues y bultos extraños), cerquita de mi. Y como toda cosa rara que está cerca de mí, yo la tenía que tocar. Así que pasé del biberón y me centré en intentar tocarla a toda costa. Para conseguir mi propósito mamá no podía estar mirándome, sino que tenía que girar la cabeza, así que esa fue nuestra batalla: mamá intentaba mirarme para darme el biberón y yo intentaba girarle la cara con mi manita para poder verle la oreja. Así una y otra vez. Mamá no dejaba de repetirme: "Que sí, Mateo, que es mi oreja. Tú también tienes orejas. ¡Dos!" Y entonces me pegaba un pequeño tirón de una de ellas. Lo que no entendía mamá es que mis orejas no tienen gracia porque no me las veo. Tenía gracia la suya, allí, tan aparente, tan cerquita.