Ayer descubrí la oreja de mamá. Como ya ha empezado a hacer calor, mamá se recogió el pelo y ¡oh, sorpresa!, la vi. Vi sólo una, pero creo que tiene dos. La descubrí cuando me sentó en su regazo para que me tomase el biberón. Ahí estaba esa cosa rara (porque una oreja es una cosa rara, toda llena de pliegues y bultos extraños), cerquita de mi. Y como toda cosa rara que está cerca de mí, yo la tenía que tocar. Así que pasé del biberón y me centré en intentar tocarla a toda costa. Para conseguir mi propósito mamá no podía estar mirándome, sino que tenía que girar la cabeza, así que esa fue nuestra batalla: mamá intentaba mirarme para darme el biberón y yo intentaba girarle la cara con mi manita para poder verle la oreja. Así una y otra vez. Mamá no dejaba de repetirme: "Que sí, Mateo, que es mi oreja. Tú también tienes orejas. ¡Dos!" Y entonces me pegaba un pequeño tirón de una de ellas. Lo que no entendía mamá es que mis orejas no tienen gracia porque no me las veo. Tenía gracia la suya, allí, tan aparente, tan cerquita.
jueves, 7 de mayo de 2009
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Ya verás ya, la gracia que le hace a tu madre cuando le cojas el gusto a meter el dedo en la nariz, o pretender meterlo to morcilloso en su ojo, jeje
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