Hoy, casi catorce meses después de nacer, mis padres se han dignado por fin a llevarme a que alguien con experiencia me corte el pelo. Y puntualizo lo de "alguien con experiencia" porque el pelo ya me lo había intentado apañar mínimamente mi madre hace unos meses, dejándome como un monje franciscano, casi sin patillas y con la nuca cortada casi con tiralíneas. Fíjate tú lo que son las cosas que mis abuelas han creído verme con el pelo más corto igual tres o cuatro veces hasta hoy y, sin embargo, nunca se percataron de semejante chapuza.
Después de recogerme de la guardería, mi madre me ha llevado a la peluquería que hay enfrente. La peluquera, muy simpática, me ha cubierto con una capa amarilla decorada con perritos, ha colocado un alza en uno de los sillones y me ha sentado ahí dispuesta a arreglar mis greñas. He tardado aproximadamente unos dos segundos en echarme a llorar, girarme, ponerme de rodillas sobre el alza e intentar bajarme de allí. Yo creo que mi mamá ya se pensaba que nos íbamos a ir igual que como habíamos venido, pero no. Cuando me ha cogido en brazos me he calmado y he empezado a entretenerme observando lo que había alrededor: espejos, unas estrellitas en el techo que se encendían y se apagaban... A lo que me he querido dar cuenta ya me habían engañado y mi pelo ya estaba apañado. Mi madre ha tenido que aguantarme en brazos durante el proceso y se ha llenado de pelos pero, oye, quien algo quiere... Ahora la verdad es que estoy mucho más guapo y va a ser más fácil peinarme por la mañana, que entre las greñas que llevaba y el remolino del cogote, salía de casa hecho un Adán. Capilarmente hablando, claro.
Ahora habrá que ver si la próxima vez que me toque cortarme el pelo me porto mejor. De momento, ya sabemos que tiene que ser un lunes, un martes o un miércoles, que es cuando cortar el pelo a los niños cuesta 4 euros. El resto de los días cuesta 12, que ya vale para cuatro pelos que tenemos y el disgusto que nos llevamos, ¿no?
Después de recogerme de la guardería, mi madre me ha llevado a la peluquería que hay enfrente. La peluquera, muy simpática, me ha cubierto con una capa amarilla decorada con perritos, ha colocado un alza en uno de los sillones y me ha sentado ahí dispuesta a arreglar mis greñas. He tardado aproximadamente unos dos segundos en echarme a llorar, girarme, ponerme de rodillas sobre el alza e intentar bajarme de allí. Yo creo que mi mamá ya se pensaba que nos íbamos a ir igual que como habíamos venido, pero no. Cuando me ha cogido en brazos me he calmado y he empezado a entretenerme observando lo que había alrededor: espejos, unas estrellitas en el techo que se encendían y se apagaban... A lo que me he querido dar cuenta ya me habían engañado y mi pelo ya estaba apañado. Mi madre ha tenido que aguantarme en brazos durante el proceso y se ha llenado de pelos pero, oye, quien algo quiere... Ahora la verdad es que estoy mucho más guapo y va a ser más fácil peinarme por la mañana, que entre las greñas que llevaba y el remolino del cogote, salía de casa hecho un Adán. Capilarmente hablando, claro.
Ahora habrá que ver si la próxima vez que me toque cortarme el pelo me porto mejor. De momento, ya sabemos que tiene que ser un lunes, un martes o un miércoles, que es cuando cortar el pelo a los niños cuesta 4 euros. El resto de los días cuesta 12, que ya vale para cuatro pelos que tenemos y el disgusto que nos llevamos, ¿no?