martes, 17 de noviembre de 2009

en bici con papá

Desde que nací, o incluso desde antes, mi papá tenía la ilusión de llevarme en bici. Si por él hubiera sido, a los cuatro meses ya me habría plantado en la silla y se me habría llevado por ahí. Menos mal que mi madre, que tiene algo más de talento para ciertas cosas, ha podido retener esa inquietud hasta ahora. No es que mi padre sea especialmente aficionado a la bicicleta (aunque bastante más que mi madre), sino que le parecía un modo estupendo de desplazarse conmigo: sin tener que empujar nada y más rápido que andando. Pero, claro, no contaba con que también suponía cargar con un paquete de 11 kilos "a las piernas". Total, que el otro día mi madre por fin compró una silla para mí y mi padre pudo cumplir su ilusión.

Me plantaron un casco con el dibujo de una rana (un casco regulable, para que mi cabeza pueda ajustarse sin problemas), me sentaron en la silla de la bici y mi padre comenzó a pedalear. Iba a llevarme a dar un paseo por el barrio, al parque, a montar en los columpios, a comprar el pan. Un plan estupendo para un sábado por la mañana. Sin embargo, no contó con que en eso de los medios de transporte he salido a mi madre, así que a los dos minutos yo ya estaba dormido como un tronco y ni columpios ni nada. Directamente a por el pan. Tampoco era plan de estar dejándose las piernas, el pobre, para que yo no me echara un sueñecito ¿no?

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