Tras más de dos años con mi pelo intacto, salvo cuando me cortaron la coletilla inmunda por decencia, por fin mis padres se han dignado a llevarme a la peluquería. Realmente la que dio el ultimátum fue mi yaya Nieves, aunque tampoco os creáis que eso significa demasiado porque en varias ocasiones había llamado a mis padres con anterioridad convencida de que me habían cortado el pelo.
En contra de lo que se pensaba mi madre, en la peluquería me porté fenomenal. No me moví ni un ápice. Ni hablé, con lo que soy yo. Tan sólo, al bajarme del sillón, miré al suelo y dije mirando mis rizos esparcidos: "mi pelo". Nada más. Y así permanecí un buen rato, callado y tranquilo, encendiendo una pequeña esperanza en mi madre de que fuese como Sansón y gran parte de mi energía se hubiera quedado en la peluquería. Sí, claro. ¡Ja!
En contra de lo que se pensaba mi madre, en la peluquería me porté fenomenal. No me moví ni un ápice. Ni hablé, con lo que soy yo. Tan sólo, al bajarme del sillón, miré al suelo y dije mirando mis rizos esparcidos: "mi pelo". Nada más. Y así permanecí un buen rato, callado y tranquilo, encendiendo una pequeña esperanza en mi madre de que fuese como Sansón y gran parte de mi energía se hubiera quedado en la peluquería. Sí, claro. ¡Ja!
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