Una de mis actividades favoritas es encontrar formas escondidas en las cosas. En las nubes, en las manchas de lluvia o en los trozos de corcho blanco, como en estos casos. Veo el trozo por la calle e, inmediatamente, para mí deja de ser un trozo de corcho y pasa a convertirse en un dragón, en un dinosaurio o en un pato. Y, claro, tengo que llevármelo a casa para sacar al exterior lo que realmente es. Es lo que tiene ser un artista.
Sé que mi madre tiene unas ganas locas de poder deshacerse de todas estas cosas porque ya no sabe dónde meterlas pero, por otro lado, ahí sigue guardándolas porque, en el fondo, también le gustan. Supongo que espera a que me haga mayor y decida tirarlas yo mismo.
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